Alquimia

INTRODUCCIÓN A LA ALQUÍMIA








¿De dónde proviene la alquimia?

La Alquimia es un arte tan antiguo como la propia humanidad. Su nacimiento
(este incierto nacimiento de todas las cosas tan antiguas que pueden fijarse los
condicionamientos históricos y geográficos que las motivaron, pero nunca una
fecha exacta) puede fijarse dentro de la primera "industrialización" de la
humanidad primitiva. Cuando los primeros pobladores del mundo dejaron de
preocuparse exclusivamente de sobrevivir, y empezaron a reunirse en
comunidades, surgió lo que se ha dado en llamar la primera civilización urbana.

Fue en su seno donde nacieron los primeros oficios, aparte la agricultura y el
pastoreo: la carpintería, la metalurgia, la alfarería, la fabricación de tintes y
colorantes... Sus técnicas eran simples pero funcionaban. No existía una
ciencia como tal: los métodos no habían sido fruto de la investigación, sino de
la casualidad y de la observación de la naturaleza. Y en todos ellos se hallaba
presente la magia... esa magia característica de los pueblos primitivos de la
humanidad, que quería que cada elemento común al hombre tuviera su dios
particular, tanto en las cosas del cielo como en las de la tierra. Por eso, al igual
que había los dioses de los elementos comunes al hombre: los metales, las
piedras, los elementos, había también en el cielo los dioses de los planetas...
de los que nacería, más tarde, la Astrología. Y la Alquimia, como todo el resto
de la Magia, se halla también íntimamente ligada a la Astrología.






Sobre esta base se fundamentaron los 3.000 primeros años de historia antes
de Cristo... y también los 3.000 primeros años de Alquimia.
Al principio se trata, por supuesto, tan sólo de una Alquimia infusa, que ni
siquiera merece el nombre de tal, y que está basada en una serie de ideas
puramente intuitivas: la unión de dos metales produce otro distinto, el
tratamiento de un metal puede hacer variar su color y sus características...
todos estos fenómenos eran fácilmente interpretados por los antiguos como
transmutaciones, no como distintas apariencias de un mismo metal. Y esto,
naturalmente, se puede aplicar a todos los metales, incluso los considerados
como preciosos.

Así empieza a desarrollarse el embrión de una idea, de la que nacerá después
el primitivo espíritu de la Alquimia: la de "aumentar" el oro, la de conseguir
cambiar otros metales en oro... ya que el oro es el metal precioso por
naturaleza, el metal noble por naturaleza, y uno de los más codiciados también.

Las primeras huellas de la Alquimia aparecen ya en Mesopotamia y Egipto. El
documento más antiguo sobre el particular se considera que es un edicto chino
del año 144 antes de Cristo, en el cual el emperador Wen castigaba con la
pena de ejecución pública "a los monederos falsos y falsificadores de oro",
puesto que, según los comentaristas contemporáneos del edicto, últimamente
se había registrado la fabricación de mucho "oro alquímico", que no era en
realidad tal oro. Otros historiadores de la Alquimia afirman por el contrario que
el libro más antiguo sobre el particular es el griego Physika, de Bolos emácrito,
escrito aproximadamente en el 200 antes de Cristo, y en el que se describe
cómo fabricar oro, plata, gemas y púrpura, con fórmulas y recetas obtenidas de
otras fuentes más antiguas procedentes de Egipto, Persia, Babilonia y China.

Pero aunque fuera ya conocida de los egipcios y de los griegos, es a través de
los árabes que la Alquimia toma su forma definitiva, a través de la cual pervivirá
durante tantos siglos y llegará hasta nosotros. A ellos se debe incluso su propio
nombre, ya que la palabra Alquimia proviene del vocablo árabe al-Kimia, en el
que la partícula "al" es el artículo definido mientras que "Kimia" significa arte,
por lo que cabrá traducir la etimología de la palabra como "El Arte"... lo cual,
como hemos dicho ya, era precisamente para muchos alquimistas: el Gran Arte
o Ars Magna.

A través del Islam, la Alquimia toma su forma concreta, y en esta situación llega
a Europa para iniciar su gran expasión que durará, desde el siglo XII, hasta
finales del siglo XVII, en el que Boyle, con su famosísima "The Sceptical
Chymist", marcará el inicio de una muerte que sobrevendrá de una manera
definitiva (al menos públicamente) con la llegada del racionalismo y el creciente
fervor por la ciencia. Pero, durante estos siglos, la Alquimia conocerá su Edad
de Oro. En Francia, en Alemania, en Inglaterra, en Escocia... surgirán nombres
que pasarán a la posteridad como grandes alquimistas: Alberto Magno, Roger
Bacon, Flamel, Helvetitus... Reyes, papas, grandes personajes históricos, se
ocuparán de ella, la protegerán, e incluso la practicarán: Carlos II, Isaac
Newton, Santo Tomás de Aquino...





Pictograma egipcio perteneciente a la 21ª Dinastía, extraído del papiro de
Nestanbanshru, y que muestra a Tehuti (el dios Thot) de pie ante Ra
Hormachis llevando los símbolos de la creación sobre la cabeza. A través de la
historia de la alquimia, el dios Thot fue identificado con Hermes Trismegisto.













PARACELSO





(Theophrast Bombast von Hohenheim; en latín, Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus Paracelsus; Einsiedeln, Suiza, 1493 - Salzburgo, actual Austria, 1541) Médico y alquimista suizo. Hijo de un doctor, durante su adolescencia viajó por Europa y atendió a las universidades de Basilea, Tubinga y Heidelberg, entre otras. Sin embargo, siempre mantuvo grandes distancias con la enseñanza reglada de la época y cuestionó la autoridad de los textos clásicos a favor de una aproximación más «experimental» que atendiera el saber popular. Famoso por sus supuestas curas milagrosas, en 1526 se estableció en Basilea, donde su prestigio atrajo innumerables estudiantes de todo el continente. En sus clases, Paracelso exhortó a su audiencia a ignorar la herencia de Galeno y Avicena y a centrar los tratamientos médicos en la acción libre de los procesos naturales. En 1536 publicó su Gran libro de cirugía, que le procuró una todavía mayor notoriedad. Entre sus notables aportaciones a la medicina de la época cabe citar la primera descripción clínica de la sífilis, y, gracias a sus extensos conocimientos de química empírica, la introducción de nuevos tratamientos basados en sustancias minerales como el plomo o el mercurio.



                                 Teofrasto Paracelso

Su padre, también médico, ejerció en la abadía de Einsiedeln y en varias regiones mineras, como la de Villach (Carintia, Austria), que sirvieron a Paracelso como escuela de iniciación en el conocimiento de la química de los metales y del arte de trabajarlos. Después de ser enviado por su familia a la Universidad de Basilea (Suiza) en 1506, prosiguió sus estudios químicos y médicos en varias universidades de Alemania, Francia e Italia, entre ellas, Viena y Ferrara. Seguidamente, decidió conocer nuevos países y viajó por España, Inglaterra, Egipto y Turquía.
Tras una ausencia de diez años de tierras de lengua alemana, protegido por su compatriota Ecolampadio, ganó una cátedra en la Facultad de Medicina de Basilea en 1526, y se estableció en esta ciudad. Inició sus cursos combatiendo la medicina clásica representada por los venerados Galeno, Avicena, Averroes o Al-Razi, como símbolo de lo cual, y de que su enseñanza iba a diferenciarse de la hasta entonces reconocida, quemó públicamente libros de todos ellos. En cambio, no se sabe si salvó o no de la quema a Hipócrates, pues poco tiempo después publicó unos comentarios a los Aforismos del tenido por padre de la medicina, en los que, no obstante, se ponen de manifiesto las discrepancias entre la forma de entender la medicina de Paracelso y la medicina hipocrática.
Paracelso decidió además dar sus clases en lengua vulgar, en este caso, en alemán, con el fin de que sus lecciones fueran comprendidas por el mayor número posible de oyentes. En 1528, en vista de los frecuentes enfrentamientos que tenía con sus colegas médicos y con farmacéuticos, y de una atmósfera crecientemente adversa, Paracelso decidió abandonar Basilea y se retiró a Esslingen, en las cercanías de Stuttgart (Alemania). Inmerso de nuevo en una vida de médico nómada, ejerció en Alsacia, Baviera, Suiza, Moravia, el Tirol, Carintia y otros puntos de Austria. Se tiene constancia de que residió y trabajó de forma estable en San Gall (Suiza) entre 1531 y 1533, en Villach entre 1538 y 1539, y en Salzburgo entre 1540 y 1541.
Durante toda esta época la labor de Paracelso estuvo rodeada, por un lado, del prestigio que sus éxitos en la práctica médica y su elocuencia le proporcionaron, y por otro, de la mala fama a la que daban alas tanto sus enemigos médicos y farmacéuticos como su defensa de las teorías mágicas, astronómicas y de alquimia. Aparte del oscurantismo de uno u otro signo, las doctrinas médicas de Paracelso, concretamente en el campo de la terapéutica, son especialmente importantes en dos aspectos: inició el camino del moderno uso de los específicos, pues, defensor de la teoría de que cada enfermedad debía tener su remedio, luchó contra la idea de que existiera un remedio para curar todas las enfermedades, esto es, la panacea universal buscada por los alquimistas; por otra parte, fue el primero en considerar y defender que ciertos venenos, administrados en pequeñas dosis, podían funcionar óptimamente como medicamentos.
A ello se debe sumar, también en terapéutica, su afán por desterrar del uso médico los polifármacos y por simplificar las elaboraciones más complicadas de otros medicamentos, así como su esfuerzo por divulgar preparados nuevos (descubiertos por él mismo gracias a sus experimentos) a base de antimonio, hierro, azufre, mercurio o sales, o a base de vegetales. Hay que contar en cambio entre sus faltas la poca importancia que concedía a la cirugía y su desprecio por el conocimiento de la anatomía humana, a su modo de ver innecesaria para la práctica de la medicina.
Paracelso consideraba que existían cinco posibles causas de enfermedad: la acción de los astros, la acción tóxica de los alimentos, la herencia y la constitución, ciertos factores anímicos y la voluntad divina. Así mismo, sostenía que el hombre (”microcosmo”) se inscribía en una entidad mayor (el universo o “macrocosmo”), cuyos elementos constitutivos (azufre, mercurio y sal) estaban ordenados dinámicamente por un principio vital denominado arqueus.
Juzgaba Paracelso que la medicina era la ciencia fundamental, por la completa unión que se da en ella del conocimiento de la Naturaleza y del arte de manipularla, y porque su estudio podía alumbrar la correspondencia entre el mundo exterior (”macrocosmo”) y el mundo interior (”microcosmo”). Creía, por otra parte, en relación con el progreso en tal disciplina, que el único modo de avanzar era la experimentación, siempre apoyada en una teoría, pues sin el experimento y la práctica no se conoce la realidad, pero sin la especulación y la teoría el conocimiento no es sino un conjunto de reglas estériles. Para Paracelso, sin embargo, la práctica de la especulación no era contraria a la revelación, pues las consideraba dos modos de conocimiento coincidentes.
Representante característico del Renacimiento en su mezcla de un naturalismo panteísta y de la mística especulativa, Teofrasto Paracelso entendía que el verdadero médico es también el verdadero filósofo, el verdadero astrónomo y el verdadero teólogo. Hay que ligar al concepto paracelsiano de la medicina y a su concepción del hombre (entendido como resultado de la coincidencia de una realidad terrestre, una astral y una divina) su visión de la finalidad de la ciencia fundamental: la de conocer el funcionamiento del alma para dominarla y ampararla de elementos extraños que puedan causarle algún daño.
Entre sus numerosas obras, algunas de ellas sobre enfermedades concretas (la sífilis) o profesionales (de los mineros), destacan las que describen su sistema humano y cosmológico: elLiber Paragranum (1530, impreso en 1565) y la Opus Paramirum (1532, impresa en 1591). Fueron, sobre todo, las teorías biológicas y alquímicas de Paracelso las que contaron con mayor número de seguidores inmediatos. Tras la muerte del médico, sus partidarios fueron aumentando esencialmente en Alemania y Francia, pero también en la España de los siglos XVI y XVII, e incluso XVIII, a pesar de la fuerza de sus detractores.
 

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